La vuelta al cole ya empezó para nosotros, el martes fue el primer día del Enano en su nueva guardería, la verdad que no esperaba que sea tan difícil el cambio, pero parece que estaba equivocada.
Ayer hablaba con unas amigas sobre la difícil decisión de elegir el mejor centro educativo para tus hijos, y como en casi todo en la vida, cada uno tiene su lista de características imprescindibles que el centro al que asistan debe cumplir.
Buscando un cole
Antes de sumergirme en la búsqueda de guarderías el año pasado, como suele pasarme, pensaba que todo era mucho más simple, pero por supuesto nada más lejos de la realidad.
La oferta de centros educativos es tan amplia que pasa lo mismo que cuando vas a un supermercado en otro país y después de una hora dando vueltas mirando todas las góndolas sales sin haber comprado nada.
Intentas visitar los centros y tomas una decisión en base a variables más o menos definidas. Cercanía, precio, idioma, método de estudio utilizado en el centro, etc.
Casi a un paso de volverme loca intentando encontrar el centro ideal y Maxi ya cansado de mí y mis vueltas (para él era todo mucho más simple) tomamos la decisión de mandarlo este año, el último de guardería, a un centro que queda literalmente a 500 metros de casa.
El personal y las instalaciones nos gustaron, el precio es razonable, queda cerca de casa y aunque no es bilingüe conseguimos un centro por las tardes donde aprenderá inglés, ya les contaré mi experiencia cuando empiece con las clases a finales de septiembre.
Un cambio muy difícil
En fin, tomada la decisión pasamos a la parte de preparar al Enano para el cambio. Durante las vacaciones le hablamos del nuevo centro, lo llevamos un día para que lo viera y parecía muy ilusionado al respecto, hasta que llegó el día.
El martes nos levantamos con muchas ganas, desayunamos juntos y a pesar de que por supuesto íbamos con retraso, como le había prometido que al cole nuevo iríamos caminando no pude convencerlo de que se suba al coche y termine corriendo como una loca por una calle llena de coches y sin vereda, con mi bolso, la mochila, el Enano y la panza de ya seis meses a cuestas.
Llegamos al centro y había unos padres con sus hijos esperando a que abrieran las puertas. El enano como siempre se puso cerca de la puerta y cuando la abrieron entró decidido sin siquiera decirme adiós, hasta que se dio cuenta que yo no iba detrás.
El papel que nos dieron en la reunión de padres nos decía que no alargáramos las despedidas, así que una vez confirmé que la maestra lo tenía en brazos y lo intentaba animar me fui.
Volví a casa con un sentimiento entre tristeza y culpa que los 500 metros de caminata no pudieron despejar. Pero como esta semana está en periodo de adaptación y solo va a la guarde de 9 a 11 no tuve mucho tiempo para lamentarme y me puse a hacer todas esas cosas que no puedo hacer cuando él está en casa. Por supuesto las dos horas pasaron volando y cuando lo fui a buscar vino muy contento.
El periodo de adaptación al cole
Al día siguiente cuando nos despertamos y desayunamos juntos estaba animado y con ganas de ir al cole, pero se pasó todo el trayecto pidiéndome que me quedara con él. Le explique que la guardería era un lugar solo para niños, pero él seguía empecinado en que me quedara allí.
Cuando llegamos a la puerta ya empezó a llorar, así que otra vez la misma historia. Lo dejé en brazos de la maestra llorando y llamándome. Mi corazón se sintió muy triste todo el camino a casa.
Suerte que mi mente no le deja mucho tiempo para lamentarse y las dos horas pasaron rapidísimo. Maxi lo recogió del cole y cuando llegó a casa el Enano me dijo orgulloso que había llorado pero poquito. Me sentí con esperanzas de que hoy iba a ser diferente pero nada más lejos de la realidad.
Sin perder la esperanza
Hoy ni bien nos despertamos ya me dijo que él no quería ir al cole, que se quería quedar en casa. Tengo que agradecer que es un niño muy obediente y se puso el uniforme y desayuno porque se lo pedí, pero cada vez que podía me repetía que él no quería ir. Intenté animarlo, decirle que en el cole se divertiría, que pronto iba a hacer nuevos amigos, pero no hubo forma.
Para ir hasta el centro sin altercados le pregunté si quería ir en bicicleta, así que acepto encantado. El trayecto fue genial hasta que llegamos a la puerta del colegio y ni bien la abrieron se puso a llorar nuevamente. Otra vez el mismo dejavu.
Así que ni bien llegué a casa decidí dedicar esas dos horas a sentarme frente al ordenador y escribir este post, para desahogarme y ver si contándoselo al mundo es un poquito más fácil de llevar.
En mi interior sé que solo son unos pocos días de sufrimiento y que pasado ese periodo de adaptación el Enano va a volver a correr ilusionado a la puerta de la guardería y me despedirá con un beso enorme pero apresurado para irse a jugar con sus amigos. Supongo que por ahora solo me queda esperar.